miércoles, 7 de octubre de 2015

El (dulce) vaivén de las cosas

Ahora lo tienes. Ya no. Agárralo fuerte, que se te escapa. Sujétalo firmemente. Como si no hubiera un mañana. Porque en realidad no sabes si lo hay. Aunque lo supongas.

Podría ser de todo, ¿sabes? Podría ser, por ejemplo, que se acabara de ir un chulo de mi casa tras unos roces graciosos. Desde luego, podría ser. Aunque nunca sabrás si lo es o no. Y piénsalo... Tampoco es que te importe realmente, venga. Por mucho que ahora te pique la curiosidad y lo quieras saber.




Las cosas (cada uno que entienda lo que quiera por "cosas") van y vienen. Con mayor o menor intensidad. Van y vienen continuamente, y lo más sorprendente es que muy pocas se quedan. Aunque nunca te haya sorprendido esto (quizás porque ni siquiera te lo has parado a pensar... ¿Me equivoco?) Va (y viene) tu último/ novio/a, tu último curro, tu última cerveza antes de irte del bar (o antes de pedir tu primer gintonic). Va y viene el dinero, los momentos, las épocas. Van y vienen el buen humor y los cabreos. Y las risas. Y los llantos.  Va y viene la música de tu iTunes. Y las series que sigues. Porque tú, como yo y como el resto de la humanidad, estamos hechos de un ir y venir de cosas. Te guste o no.

Vas a un sitio. Vienes de un sitio. Vas de culo. Vas de frente (con lo difícil que es ir de frente, ¿eh?). Vienes de dónde vienes y no sabes a dónde te llevas a ti mismo/a. Pero aún así, vas. Aunque ir implique un riesgo. Tú vas. Aún sabiendo que te la juegas... Acabas yendo. Y... ¿Te has preguntado por qué? Seguramente no. Porque no es relevante. Y lo sabes (evitemos el meme fácil...).

Y a veces, sin embargo, sabes exactamente a dónde tienes que ir. Aunque el no querer ir te dificulte el camino. Y no siempre acabas yendo, porque siempre hay obstáculos por en medio (nadie dijo que fuera fácil). Y también hay otras (veces, que no cosas) en que simplemente vas por inercia. Por defecto. Porque hacía allí es hacia dónde van las cosas y piensas (¿erróneamente?) que hacía allí debes de ir tú también.




De tu casa vas y vienes. Siempre. Y finalmente, si te das cuenta, a lo largo del día con todas las cosas (como estoy con las cosas...) vas y vienes. Y lo mejor es que ni te lo planteas. Porque además no tienes que planteártelo. Es algo muy similar a respirar. O a la erección. O al orgasmo. Cuanto más lo piensas, menos funciona. Y esa es una de las virtudes que tenemos los humanos. Que tenemos la espontaneidad que nos aporta ese punto de desconocimiento (si, mi querido/a amigo/a hipster, tú también lo tienes...) que vive con nosotros escondido, sin DNI (pero con tu ADN).


Y para nosotros, en nuestro curro y por nuestra manera de ver las cosas (profesionalmente...) es una pena que las marcas no jueguen tanto al parchís del ir y venir. Porque la vedad,  nos encanta manejar a la perfección, aunque sea en lo estrictamente en lo profesional, alguna qué otra ida y venida. O ida de olla. Así es el loco y apasionante mundo de nuestra publi. Esta que queremos recuperar desde nuestro lado más romántico.

jueves, 30 de julio de 2015

Cuéntame un cuento (y verás que contento...)



Contar. Contar cómo te fue aquel viaje tan espectacular que hiciste a las Maldivas. Y qué chulo era el hotel y qué majo el recepcionista. Y cómo de transparente era el agua del mar. Y cuantos margaritas te tomaste. Y cómo te encontraste a Jhonny Depp en aquel chiringuito y te invitó a una copa (vale, aquí me he flipado, pero podría ser). Contar cómo te dejó tu novio y volvisteis a empezar. Contar como tu amiga te dejó tirada aquel día porque tenia que ir a no-se-qué cena no-sé-donde. Contar cómo te lo pasaste de bien en aquella barbacoa, y cómo te tropezaste y sin querer te caíste a la piscina. Y contar tus penas y tus alegrías. Y contar, contar y contar.

Contar es lo que nos hace más humanos. Nuestra vida, como dicen, se mide por los momentos vividos, y estos son los que nos hacen especiales. Se trata de compartir nuestra historia, porque todos tenemos una.





Desde siempre, la publicidad de las marcas ha sido fría y seria: te enseño mi súper producto, te canto las 5 características súper fabulosas que tiene y que lo hace súper diferente de los demás y venga, a comprar.

A mediados de los noventa los profesionales de la publicidad se dieron cuenta que esto tenía que cambiar, y aquí es donde apareció el Storytelling como estrategia, como técnica de comunicación, de control y de poder.

¿Que en qué consiste el Storytelling? Mas fácil imposible. Es, simplemente, el arte de contar historias. De contar. Como te hemos comentado antes. Las grandes marcas empezaron a contar en sus anuncios historias increíbles. Y esto, amigo/a, hizo que entre las personas y las marcas se creara un vínculo emocional.

La explicación científica (para que me creáis y no penséis que me lo invento todo) es que cuando se trabaja con datos (como los anuncios que se hacían antes de los noventa), solo las partes dedicadas al lenguaje son las que se activan. En cambio, cuando se cuenta una historia, no solo se activan estas partes, sino también otras estrictamente relacionadas con tus recuerdos y tus experiencias. Por esta razón, la clave de la comunicación de las marcas basada en el Storytelling está en conseguir que el receptor de sus mensajes vea, a estas marcas, como algo propio y que forma parte de su vida.
No se venden solamente productos o servicios (una simple lata, o unas simples bambas), sino que se venden historias reales: historias con un poder emocional y de identificación tal que se traducen en que el receptor confíe en esas marcas, generando un sentimiento de pertenencia: una lata que destapa tu felicidad, o unas bambas que te animan a hacer lo que quieras y como quieras. Porque sí, porque tú eres muy guay y estas marcas te hacen más guay todavía (o eso te hacen creer, claro).





Internet y las nuevas tecnologías han sido un punto a favor (o en contra a veces, pero muy poquitas) en esta nueva forma de plantear la publicidad y la comunicación. Típico ejemplo: es 15 de junio y tu estás tan tranquilo tomándote unas birras con tus amigos y te avisan de que ya ha salido el nuevo anuncio de Estrella Damm. Se para el mundo durante unos segundos. Nervios, porque todos tenemos ganas de saber qué va a pasar y sabemos que este anuncio súper veraniego e idílico va a tener una historia que va a marcar nuestro verano. Lo miras y… decepción, como siempre. Pero llegas a casa y todo el mundo lo ha compartido, comentado, publicado en sus muros de Facebook y hasta se han aprendido la canción en 5 minutos (porque nos han dicho que, de nuevo, va a ser la canción del verano).


Life is life, amigos. Y black is black. Pero como he dicho antes, todos/as nos sentimos identificados y queremos compartirlo con los/as nuestros/as. Y como las historias de Damm, todas las que nos gustan. Porque los publicistas hemos sabido ir más allá y hemos conseguido que os enganchéis al mundo de las historias, que es por el que cada uno/a de nosotros/as vivimos y somos.

lunes, 2 de marzo de 2015

Virtual Insanity (o la involución en las relaciones humanas)

Nos relacionamos. De eso no hay duda. Y además de diversas maneras. Últimamente hasta nos relacionamos más virtual que personalmente. Eso nos preocupa de forma relativa, pero lo que si hace es asustarnos un poco. Nos asusta por esa tendencia estúpida que tenemos los seres humanos a la comodidad. Porque al final, lejos de cobrar un uso práctico inmediato, las relaciones virtuales se expanden cada vez más. Y con expansión nos referimos a que cada vez invertimos más tiempo en nuestras relaciones de forma virtual que real. Y entiéndenos, no queremos decir que lo virtual no sea real. Pero en cierto modo sí. Menudo lío.

Y no sólo invertimos más y más tiempo en relacionarnos virtualmente entre nosotros/as (las personas), si no que también nos relacionamos virtualmente, en sentido ascendente (y frenético), con las marcas. Bancos, tiendas, restaurantes, mapas, buscadores de servicios, diarios, etc. Un pequeño drama, vamos. Y lo consideramos drama porque, lejos de utilizar estas herramientas como algo que nos una y nos acerque más al mundo, resulta que le damos un uso dirigido en la otra dirección. Pero sobre las relaciones virtuales que establecemos con fines comerciales hablaremos más adelante. Bueno, quizás.



Nos gustaría enfocar este post acerca de la discusión entre lo virtual y lo real centrándonos en las relaciones persona-persona. Y nos referimos tanto a relaciones que tenemos hace tiempo como a nuevas que ya construimos basándolas en esa virtualidad. Desde que las IT han sufrido esta evolución vertiginosa, hemos modificado nuestra conducta relacional. Nuestros amigos se enfadan si llegamos 10 minutos tarde y no hemos mandado un “wasa” para avisar. No nos encuentran si no mandamos la ubicación del bar del Poble Sec en el que estamos. No compran un vino para la cena en tu casa sin mandarte 8 fotos con 8 tipos distintos de Ribera del Duero para ver cuál te gusta más. Nos felicitan poniendo una frase estándar en nuestro muro de Facebook (a todos/as nos ha llegado ese mensaje rollo “Anda, ya 34? Si con la cara de teenager que tienes parece que cumplas 26”. Claro, a los huevos tuyos…). Y si, obviamente podemos pensar que eso no está tan mal. De hecho no lo está. Empieza a estar mal cuando somos incapaces de buscarnos la vida de otra forma para llegar a nuestro objetivo. Porque, entre otras, perdemos capacidad de sorprender. Y de sorprendernos, por qué no, a nosotros mismos en cierta manera.

¿Qué no quiero asistir a tu cena porque me da palo? Da igual, no voy a tener ni que afrontar una conversación telefónica contigo para que me pilles la bola que te voy a meter. Te mando un mensajito, por la red social que tenga más a mano, diciéndote que llevo tres días con un catarro terrible y que, sintiéndolo mucho, no podré asistir. Y me quedo tan ancho. Y no cuela en absoluto. Pero parece que hemos llegado a un consenso generalizado (y no pactado) de aceptación de esta nueva forma de comunicarnos. Porque al final, no nos engañemos, lo hacemos todos/as en algún momento (como era aquello del “si a mi me lo hacen y trago, por qué no voy a hacerlo yo y tragas también tú?”).

Pero al final, la forma de relacionarse con los/as amigos/as de cada uno es, precisamente, de cada una de las dos partes. Y hay una experiencia “no-virtual” que está por encima de cualquier otro formato. Como decíamos anteriormente, nos asustan más las nuevas relaciones que construimos en base a esa virtualidad. Tenemos 279 aplicaciones de móvil para conocer gente (conocer gente… ehem!). Conocer gente de forma directa con fines estrictamente “comerciales” (pero del comercio de la carne humana), conocer gente que está conectada contigo a través de otras aplicaciones de conexión como Facebook y que te unen en afinidades (un poco rizar el rizo, no?), conectar con gente que acabas de cruzarte por la calle (el colmo, no esperes a cruzártela por el barrio en 10 días, no. Bájate la aplicación y localízala en 4 minutos), y un largo etcétera.  Eso si, lo común en todas las aplicaciones es que conectas con gente que tienes cerca. Debe ser por eso del archiconocido “Connecting People” (qué listos los de Nokia que ya lo veían venir hace más de 10 años). Gente que tienes cerca pero, a la vez, tan lejos. Porque la cercanía, amigos/as, no es algo físico solamente. Es algo emocional. Y ahí es, precisamente, cuando empiezan nuestras serias dudas al respecto de la calidad de dichas nuevas relaciones.



Porque en lo virtual, proyectamos más que explicamos. Y aclaramos: con lo virtual, al perder de una forma tan descarada la espontaneidad, lo que hacemos es proyectar una imagen relativa a nosotros. Una imagen de cómo nos gustaría que nos vieran, de cómo imaginamos que le gustaría vernos a la otra persona, una imagen, al fin y al cabo, que no suele ajustarse a la realidad, porque mandamos tantos mensajes que no dejamos que quien tenemos en frente descubra cosas por mi mismo/a. Hasta que cruzas la línea de lo virtual a lo real y te pegas el gran hostión. Hostión porque, en un porcentaje alto de las ocasiones, la persona que tenemos delante no suele ser la persona que hemos (o nos han) construido en la cabeza en la previa relación virtual. No sé si nos explicamos o nos estamos haciendo la picha un lio. Y finalmente, de lo que acaba uno/a dándose cuenta es de que invertimos tiempo y esfuerzos en relaciones virtuales que de reales suelen tener más bien poco. Y cuando las pasamos al terreno real, nos hacen aguas por casi todas partes.

Nos encanta que las tecnologías nos acerquen. Y nos encanta la gente plana y sincera que sabe hacer buen uso de dichas tecnologías. Nosotros, hace tiempo que nos dimos cuenta de esto y tratamos de no proyectar al exterior una imagen de nosotros/as que no sea la real, o lo más cercana a ella (no vamos a ir de flipados/as por la vida). Os invitamos a hacer lo mismo. Si es que no lo hacéis ya, claro está.


PS – Sentimos haber estado tanto tiempo sin escribir nada en el blog. No tenemos perdón de Dios. Pero… ¿Sirve de algo decir que hemos estado con un curro infernal? Esperamos que si. Y perdón también por no poner ningún link al post. Pero la verdad, no hay mucho tiempo… Prometemos que el próximo será más seguido y más currado.