Efectivamente, has acertado. El título de este post responde
a una serie de televisión de cuando algunos de nosotros éramos jovenzuelos. Una
de esas series cuya trama transcurre en un Instituto de Educación Secundaria,
con personajes que superaban los 20 años. Curioso, ¿no?. Es como en la mítica
Grease, en que Olivia Newton John hacía de niñata de 17 años y tenía más de 30
en realidad. Qué tontos/as somos los/las telespectadores/as algunas veces…
Pero no, el post no va sobre la
serie. Siento defraudarte. Desde hace unas semanas estamos dando una asignatura
de 4º grado de Publicidad y RRPP en la Universidad. La asignatura en concreto
se llama Publicidad en Sectores Especializados.
Aunque hace años que tengo relación con el mundo universitario como
conferenciante, debo reconocer que el primer día de clase tenía cierto
gusanillo en el estómago. Plantarse delante de un grupo considerable de
post-adolescentes a darles la chapa no es tarea fácil.
Como supondrás, trataré de
describir algunas de las sensaciones que he experimentado tras tres semanas
siendo profe. Se me hizo raro entrar a la clase, esa misma clase donde yo hice
mi último curso de carrera, en la que esta vez entraba con camisa, americana y
zapatos. Y casi nunca me pongo así, ni para ir a ver a un cliente. Soy
publicista, puedo permitirme la licencia de llevar unas Munich fucsia con una
americana azul.
El mundo de la docencia está,
bajo mi punto de vista, infravalorado. Tengo la ligera impresión de que los
alumnos son cada vez más exigentes. Soy el menos indicado para hablar, ya que
yo siempre fui un estudiante bastante guerrero. Pero me hizo gracia observar,
en la última clase, que los/las alumnos/as cuestionaban hasta mi rigidez a la
hora de evaluar. Y no lo hacían en corrillo 2 minutos antes de entrar en el
aula, no. Me lo dijeron deliberadamente al más puro estilo “in your face”. Y
ojo, no quiero decir que me parezca mal, de hecho creo en la comunicación
cercana entre alumno/a y profesor/a. Pero si que esperaba que, por lo menos,
fuera una afirmación basada en algo. Y creo haber percibido que no lo era.
En mi caso, que no soy profesor
titulado (ni quiero serlo, por Dios, soy muy feliz siendo un publicista
tarado), la dinámica de trato con el/la alumno/a es un tanto peculiar. No me
gusta gritar, ni soy partidario de dar clases teóricas inacabables, ni siquiera
me gusta la sensación de saber que estoy aburriendo a los/las chavales/as. Por
eso intento hacerles interactuar al máximo, y que las clases sean lo más
prácticas y dinámicas posible.
Vale, sé que estoy hablando de
una forma muy vaga. Me encantaría poder dar ejemplos de cositas que han ido
sucediendo durante las 3 clases que he dado, pero dado el carácter público que
tiene un blog como este creo que mejor no hacerlo, no quisiera herir la
sensibilidad de cualquiera de mis alumnos/as que pueda llegar aquí. Pero sí
puedo describir algunas sensaciones que he tenido.
Los primeros dos días de clase
salí con una sensación un poco confusa. Por un lado, un poco confundido acerca
de la capacidad real de los/las chicos/as de salir al mundo laboral de una
forma coherente y competitiva (supongo que deberemos “agradecerles” a los
últimos gobiernos de la nación por aprobar, legislatura tras legislatura, leyes
para la educación que tratan de convertir al alumno/a en borrego/a en vez de aportarle
un espíritu crítico y analítico frente a las diferentes materias). Por otro
lado, con una especie de sensación de alivio, aquella más egoísta que me
llevaba a pensar algo parecido a “bueno, tranquilo, si los/las futuros/as
profesionales de la publicidad van a salir así, vas a tener trabajo por mucho
tiempo”.
Cruel, ¿no? Vale, cruel. Pero
real. ¿Por qué esconderlo? También debo decir que, tras la clase del pasado
martes, dejé de tener esa percepción. El nivel de capacidad creativa de los/las
jóvenes es ciertamente admirable. Les puse la, para nada fácil tarea, de
desarrollar un concepto creativo para vender aerogeneradores a terratenientes
particulares. Una paja mental completamente digna de cualquier artista del
Surrealismo, pero propuesta por uno de los grupos de trabajo en clase. Y me
pareció una buena forma de testar su capacidad creativa. Y debo reconocer que
me sorprendieron. Y mucho.
Cuando era estudiante, salía de
clase con la sensación (¿errónea?) de no haber aprendido absolutamente nada. Y
por el contrario, ahora que estoy en el papel del profesor, tengo la sensación
de que no he parado de aprender cosas desde que empecé esta gran aventura de la docencia, en
mi mente comparable a cualquiera de las hazañas de Indiana Jones. Sensaciones
muy dispares las que se sienten AL SALIR DE CLASE.
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