jueves, 21 de agosto de 2014

Marca(ndo) la diferencia

Logos. Marcas. Eslóganes. Los tenemos por todas partes. Y la mayoría de nosotros/as no nos damos ni cuenta. Los vemos por la calle, en el metro, cuando leemos una revista, etcétera. Recibimos una cantidad importante de impactos de marca al día y, seguramente, no somos conscientes del resultado que estos tienen en nuestras vidas.

Relacionamos colores con determinadas marcas o productos, tipografías ligadas a nombres comerciales, reconocemos fabricantes a través de su imagen. Porque al final, es todo una cuestión de imagen. Y la imagen desde hace tiempo, pero sobre todo en nuestros días, es un activo más de cualquier marca. Y de ahí nace el concepto de branding.


Branding, como ya debes suponer, es un anglicismo que vendría a traducirse por algo parecido a marcadeando. Vale, la palabra nos la acabamos de medio-inventar, pero nos referimos a la construcción de una marca. Y es un concepto muy estratégico. Engloba variables tales como la identidad corporativa, el nombre comercial, el posicionamiento, etcétera. Al final, no es más que la mejor manera para diferenciarse del resto y, finalmente, destacar.

Pero a lo que íbamos. No hace mucho leí en alguna revista del sector (sinceramente ahora mismo estoy en la playa tomando el sol y mi conexión es un poco lo peor, así que no puedo buscar dicho estudio, perdóname... Por no poder dar el dato y por sí te he dado un poco de envidia) que, en occidente, recibimos una media de 3.000 impactos de marcas al día. Si, al día. ¿Te habías dado cuenta? Las marcas te bombardean más de lo que lo hacen los Estados Unidos sobre Irak. Y ya es decir.

Todos/as hemos estado en ciudades como Nueva York o Tokyo, o por lo menos hemos visto esas fotos de sus calles inundadas por esos terribles letreros luminosos que tapan la (dudosa) belleza que puedan esconder sus edificios. En un solo abrir y cerrar de ojos, en esos lugares nos llegan visualmente más de 200 bofetadas de marcas. Y en menos de 5 segundos. ¿Te lo habías planteado en alguna ocasión?. Tendemos a pensar que, de ninguna manera, esos logos-colores-marcas influyen en nosotros/as. Pero lo hacen. Y mucho (creednos, nos dedicamos a ello entre muchas otras cosas)



Una marca no es sólo eso, la marca. También son toda una serie de valores que, inconscientemente (lo que hablábamos antes sobre la influencia), relacionamos con determinadas marcas/productos/compañías. Por ejemplo, si vas a conocer a los padres de tu novio/a y decides llevar algo para beber, existirá una gran diferencia si llevas una botella de Dom Perignon o si llevas una de Rondel Oro. Y aunque no debiera de ser así (ya que seguramente no tratarás ni mejor ni peor a tu pareja por llevar una u otra), lo es. Saca tus propias conclusiones respecto al tema. Si es que no las tienes ya.

El aluvión de golpetazos de imágenes comerciales que sufrimos tiene un por qué. O varios. Y nos influyen en muchas cosas, a veces hasta en la manera de relacionarnos humana y socialmente con otras personas. Para qué luego nos digan que se puede vivir alejado de ellas...




miércoles, 13 de agosto de 2014

Festivaleando que es gerundio

Si hay algo que caracteriza al verano, a parte del sol, las deshidrataciones de los/as abuelos/as, las aglomeraciones de turistas por todas partes, etcétera, son los festivales de música. Y si bien es cierto que la proliferación de los mismos se ha dado más en los últimos 10 años, la maravillosa tradición de irse a un lugar apartado del mundo a disfrutar de buena música (vale, y de algunas otras cosas más) empezó hace unos cuantos años más. Ya en el 4.500 a.C., los egipcios se pegaban buenos festivales en los que se unían música y danza. Romanos y griegos siguieron con esta tradición que volvió a tomar fuerza en el año 1968, con la celebración del Festival de la Isla de Wight en el Sur de Inglaterra y, como no, el Festival de Woodstock que arrancó en 1969 en los Estados Unidos.

Woodstock nació en un momento en que los jóvenes americanos vivían en primera persona la guerra de Vietnam y el movimiento hippie cobraba fuerza a modo de protesta contra el gobierno y el sistema en general (cuántas cosas tenemos que aprender de ellos hoy en día…). En él, actuaron artistas de la talla de Jimi Hendrix, Neil Young, The Who, Janis Joplin, Joe Cocker, Creedence Clearwater Revival, Santana, Joan Baez, etcétera, que han marcado hitos en la historia de la música moderna. El festival congregó a 500.000 personas, cuando la organización no esperaba la asistencia de más de 50.000 (supongo que de ahí vienen los problemas de organización de los festivales de verano, es una cuestión de herencia…). Durante el festival, se definieron también las bases de asistencia a los festivales de verano: sexo, drogas y rock’n’roll. Woodstock 69 fue tan grande e histórico, que hasta nacieron dos bebés allí. “Hola, soy hijo de Woodstock. Literalmente”.




A la tierra patria tardaron un poco más en llegar los festivales de verano. Pero cuando llegaron, lo hicieron para quedarse. Y por muchos años. En 1994 tuvo lugar la primera edición , en Barcelona, del festival de música independiente más abuelo de nuestro panorama: El Sónar. El Sónar fue el primer festival de música avanzada y electrónica que se celebraba a lo grande. Por él han pasado los dj’s y productores más famosos del panorama electrónico como Richie Hawtin, Daft Punk, Hell, Beastie Boys, Kruder & Dirfmeister, 2 many dj’s, Justice, etc. A día de hoy el Sónar sigue siendo el festival de música electrónica de referencia a nivel mundial (y en el que se encuentra más gente colocada por metro cuadrado).

También hace 19 veranos, en 1995, se celebró la primera edición del Festival Internacional de Benicàssim (FIB), un festival de música, arte, cine, moda independiente que se celebra, desde entonces, alrededor del primer fin de semana de agosto. En aquel primer festival, los cabeza de cartel fueron Supergrass, The Charlatans y Los Planetas (en aquellas épocas aún no se habían vuelto aburridos). Desde entonces, el FIB ha abierto sus puertas anualmente con carteles increíbles. Por sus escenarios han pasado bandas y/o artistas de la talla de Kraftwerk, Blur, Suede, Chemical Brothers, The Cure, Radiohead, Oasis, Iggy Pop, Morrissey, Pixies, Amy Winehouse y un largo etcétera.

Y tras el boom generado por el FIB (imaginamos que también por la rentabilidad del mismo) empezaron a aparecer festivales de verano de todas partes. Y llegamos al punto actual, en que das una patada a una piedra de la calle sin querer y salen 5 festivales de verano. Actualmente en España, y si tenemos pasta, podemos asistir al Sónar y FIB (obviamente y que sea por mucho tiempo), Primavera Sound, SOS 4.8, DCode, Low Festival, Cruïlla Fest, BBK Live, Monegros, Arenal Sound, VIñarock, Contempopránea, Sonorama, Electroweekend, Dreambeach, Santander Music, Electrosnow, Barcelona Beach Festival, PortAmérica, Cap Roig… Y el que para nosotros es el más sorprendente: El Starlite de Marbella. Vamos, que en un concierto te encuentras a la Panto y a la Zaldívar en el mismo palco VIP y ni te inmutas.





En los festivales, generalmente y hasta el momento, los asistentes solían ser gente joven con ganas de pasarlo bien, drogarse, bailar durante más de 12 horas seguidas y acabar retozándose con medio festival hasta que se da con alguien para poder ir a hacer maldades en cualquier rincón. En los festivales se respira felicidad. Aunque sea un poco artificial. Pero actualmente, han nacido nuevos festivales que tratan de atacar a otro tipo de público, más mayor, con un poder adquisitivo más elevado, etc. Al final, como casi todo, se han convertido en un negocio muy rentable para los promotores y beneficioso también para el público y las localidades en donde se celebran.  Nosotros intentamos no perdernos los que se hacen en Barcelona. Es como una tradición. Sólo esperamos que no se acabe quemando el panorama por la sobredosis y que en el futuro pasemos a odiarlos y prefiramos quedarnos en casa con los cascos a tope entonando los hypes del momento. Totalmente a favor de festivalear en verano.

martes, 5 de agosto de 2014

Prêt-à-porter

O lo que es lo mismo, “Listo para llevar”. Vamos, como un fast food. Ese es el término que utilizamos, desde la década de los 50, para definir la moda que se ve a diario en la calle. Y queda bastante lejos de esos modelos de alta costura que vemos en las más famosas pasarelas del mundo los cuales, en su mayoría, sólo se atreve a ponerse la Gaga.

Está claro que existen ciertos factores intrínsecos a la sociedad en la que vivimos, normas, patrones, costumbres, tradiciones, etcétera, que influyen directamente en el “prêt-à-porter”. No gozamos de total libertad a la hora de escoger cómo nos vestimos. Encontramos patrones que otros definen, y que además se van repitiendo, reciclando, reinventando… Ahora alguien decide que se llevan los pitillos. Y todos/as con pitillos. En un par de años se llevan de nuevo los pantalones acampanados. Cuanto más mejor. Y nosotros/as, como borreguitos/as, nos tiramos a las patas de elefante como  si estuviéramos poseídos/as. En realidad, al final nos comemos lo que nos echen. Quizás al principio no nos gusta mucho y hasta repudiamos. Pero al final todos/as acabamos luciendo alguna de esas prendas imposibles, a priori, para nosotros/as. Y hasta pensamos “oye, pues no me queda tan mal…”.



Pero también debemos tener en cuenta que hay otro tipo de variables que nos influyen a la hora de vestirnos. Bueno, quizás no de vestirnos. Influyen más bien en las marcas/fabricantes de “prêt-à-porter” que son quienes, al final, “deciden” qué es lo que tenemos que ponernos. Y a veces, estas marcas/fabricantes se ven influenciadas por el cine y el mundo de las series. Que muchos/as de nosotros sepamos, a día de hoy, qué son unos “Manolos”, se lo debemos a Carrie Bradshaw de Sex and the city. Recordemos también aquella (terrible) época en que a todos los teenagers nos dio por vestirnos de forma parecida a los protagonistas de Sensación de Vivir. ¿Cómo eran esos tupés imposibles que se hacían las chicas al más puro estilo Brenda Walsh? Parecía que llevaban en la frente un tobogán digno de cualquier parque acuático.

Como ya comentamos en algún post anterior, el nombre e imagen de nuestra agencia es un derivado de la serie Mad Men (ya os contamos en aquellos entonces acerca del Reverse Product Placement y esas historias mentales que nos hacemos los publicitarios). Pues dicha serie, que nos empujó a proyectar la forma en que nos mostramos al exterior en temas de imagen, ha influenciado también al mundo del “prêt-à-porter”. La responsable de vestuario de la serie, Katherine J. Bryant, ha vuelto a traer a nuestros días la moda de los años 60. Y lo vemos claramente cuando miramos un poco atrás y observamos la colección de otoño de 2008 del diseñador Michael Kors. Y también si vemos líneas de maquillaje lanzadas por firmas tan conocidas como Esteé Lauder y sus campañas de comunicación para persuadir a sus potenciales clientas. Otras firmas como Louis Vuitton, Dior, Prada, Banana Republic y hasta Tom Ford en una colección de gafas de sol también se han subido al carro de la fiebre generada por el look de los protagonistas de Mad Men.





En realidad, queridos y queridas, estas reflexiones sólo nos llevan a un sitio. Somos libres. Libres de vestirnos como queremos. Si, claro, créetelo tú... Como queremos dentro de las tendencias que nos marcan las firmas de moda y los grandes monstruos del “prêt-à-porter” como Inditex. Entonces… ¿Somos realmente tan libres? Preferimos no extrapolar esta “libertad” de la que disfrutamos a otros ámbitos más peliagudos como la política, los derechos o la información. Porque se nos ponen los pelos de punta. Piensa. O, por lo menos, trata de hacerlo de vez en cuando. Que es gratis.