miércoles, 13 de agosto de 2014

Festivaleando que es gerundio

Si hay algo que caracteriza al verano, a parte del sol, las deshidrataciones de los/as abuelos/as, las aglomeraciones de turistas por todas partes, etcétera, son los festivales de música. Y si bien es cierto que la proliferación de los mismos se ha dado más en los últimos 10 años, la maravillosa tradición de irse a un lugar apartado del mundo a disfrutar de buena música (vale, y de algunas otras cosas más) empezó hace unos cuantos años más. Ya en el 4.500 a.C., los egipcios se pegaban buenos festivales en los que se unían música y danza. Romanos y griegos siguieron con esta tradición que volvió a tomar fuerza en el año 1968, con la celebración del Festival de la Isla de Wight en el Sur de Inglaterra y, como no, el Festival de Woodstock que arrancó en 1969 en los Estados Unidos.

Woodstock nació en un momento en que los jóvenes americanos vivían en primera persona la guerra de Vietnam y el movimiento hippie cobraba fuerza a modo de protesta contra el gobierno y el sistema en general (cuántas cosas tenemos que aprender de ellos hoy en día…). En él, actuaron artistas de la talla de Jimi Hendrix, Neil Young, The Who, Janis Joplin, Joe Cocker, Creedence Clearwater Revival, Santana, Joan Baez, etcétera, que han marcado hitos en la historia de la música moderna. El festival congregó a 500.000 personas, cuando la organización no esperaba la asistencia de más de 50.000 (supongo que de ahí vienen los problemas de organización de los festivales de verano, es una cuestión de herencia…). Durante el festival, se definieron también las bases de asistencia a los festivales de verano: sexo, drogas y rock’n’roll. Woodstock 69 fue tan grande e histórico, que hasta nacieron dos bebés allí. “Hola, soy hijo de Woodstock. Literalmente”.




A la tierra patria tardaron un poco más en llegar los festivales de verano. Pero cuando llegaron, lo hicieron para quedarse. Y por muchos años. En 1994 tuvo lugar la primera edición , en Barcelona, del festival de música independiente más abuelo de nuestro panorama: El Sónar. El Sónar fue el primer festival de música avanzada y electrónica que se celebraba a lo grande. Por él han pasado los dj’s y productores más famosos del panorama electrónico como Richie Hawtin, Daft Punk, Hell, Beastie Boys, Kruder & Dirfmeister, 2 many dj’s, Justice, etc. A día de hoy el Sónar sigue siendo el festival de música electrónica de referencia a nivel mundial (y en el que se encuentra más gente colocada por metro cuadrado).

También hace 19 veranos, en 1995, se celebró la primera edición del Festival Internacional de Benicàssim (FIB), un festival de música, arte, cine, moda independiente que se celebra, desde entonces, alrededor del primer fin de semana de agosto. En aquel primer festival, los cabeza de cartel fueron Supergrass, The Charlatans y Los Planetas (en aquellas épocas aún no se habían vuelto aburridos). Desde entonces, el FIB ha abierto sus puertas anualmente con carteles increíbles. Por sus escenarios han pasado bandas y/o artistas de la talla de Kraftwerk, Blur, Suede, Chemical Brothers, The Cure, Radiohead, Oasis, Iggy Pop, Morrissey, Pixies, Amy Winehouse y un largo etcétera.

Y tras el boom generado por el FIB (imaginamos que también por la rentabilidad del mismo) empezaron a aparecer festivales de verano de todas partes. Y llegamos al punto actual, en que das una patada a una piedra de la calle sin querer y salen 5 festivales de verano. Actualmente en España, y si tenemos pasta, podemos asistir al Sónar y FIB (obviamente y que sea por mucho tiempo), Primavera Sound, SOS 4.8, DCode, Low Festival, Cruïlla Fest, BBK Live, Monegros, Arenal Sound, VIñarock, Contempopránea, Sonorama, Electroweekend, Dreambeach, Santander Music, Electrosnow, Barcelona Beach Festival, PortAmérica, Cap Roig… Y el que para nosotros es el más sorprendente: El Starlite de Marbella. Vamos, que en un concierto te encuentras a la Panto y a la Zaldívar en el mismo palco VIP y ni te inmutas.





En los festivales, generalmente y hasta el momento, los asistentes solían ser gente joven con ganas de pasarlo bien, drogarse, bailar durante más de 12 horas seguidas y acabar retozándose con medio festival hasta que se da con alguien para poder ir a hacer maldades en cualquier rincón. En los festivales se respira felicidad. Aunque sea un poco artificial. Pero actualmente, han nacido nuevos festivales que tratan de atacar a otro tipo de público, más mayor, con un poder adquisitivo más elevado, etc. Al final, como casi todo, se han convertido en un negocio muy rentable para los promotores y beneficioso también para el público y las localidades en donde se celebran.  Nosotros intentamos no perdernos los que se hacen en Barcelona. Es como una tradición. Sólo esperamos que no se acabe quemando el panorama por la sobredosis y que en el futuro pasemos a odiarlos y prefiramos quedarnos en casa con los cascos a tope entonando los hypes del momento. Totalmente a favor de festivalear en verano.

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