Si hay algo que caracteriza al
verano, a parte del sol, las deshidrataciones de los/as abuelos/as, las
aglomeraciones de turistas por todas partes, etcétera, son los festivales de
música. Y si bien es cierto que la proliferación de los mismos se ha dado más
en los últimos 10 años, la maravillosa tradición de irse a un lugar apartado
del mundo a disfrutar de buena música (vale, y de algunas otras cosas más)
empezó hace unos cuantos años más. Ya en el 4.500 a.C., los egipcios se pegaban
buenos festivales en los que se unían música y danza. Romanos y griegos
siguieron con esta tradición que volvió a tomar fuerza en el año 1968, con la
celebración del Festival de la Isla de Wight en el Sur de Inglaterra y, como
no, el Festival de Woodstock que arrancó en 1969 en los Estados Unidos.
Woodstock nació en un momento en
que los jóvenes americanos vivían en primera persona la guerra de Vietnam y el
movimiento hippie cobraba fuerza a modo de protesta contra el gobierno y el
sistema en general (cuántas cosas tenemos que aprender de ellos hoy en día…).
En él, actuaron artistas de la talla de Jimi Hendrix, Neil Young, The Who,
Janis Joplin, Joe Cocker, Creedence Clearwater Revival, Santana, Joan Baez,
etcétera, que han marcado hitos en la historia de la música moderna. El
festival congregó a 500.000 personas, cuando la organización no esperaba la asistencia
de más de 50.000 (supongo que de ahí vienen los problemas de organización de
los festivales de verano, es una cuestión de herencia…). Durante el festival,
se definieron también las bases de asistencia a los festivales de verano: sexo,
drogas y rock’n’roll. Woodstock 69 fue tan grande e histórico, que hasta
nacieron dos bebés allí. “Hola, soy hijo de Woodstock. Literalmente”.
A la tierra patria tardaron un
poco más en llegar los festivales de verano. Pero cuando llegaron, lo hicieron
para quedarse. Y por muchos años. En 1994 tuvo lugar la primera edición , en
Barcelona, del festival de música independiente más abuelo de nuestro panorama:
El Sónar. El Sónar fue el primer festival de música avanzada y electrónica que
se celebraba a lo grande. Por él han pasado los dj’s y productores más famosos
del panorama electrónico como Richie Hawtin, Daft Punk, Hell, Beastie Boys,
Kruder & Dirfmeister, 2 many dj’s, Justice, etc. A día de hoy el Sónar
sigue siendo el festival de música electrónica de referencia a nivel mundial (y
en el que se encuentra más gente colocada por metro cuadrado).
También hace 19 veranos, en 1995,
se celebró la primera edición del Festival Internacional de Benicàssim (FIB),
un festival de música, arte, cine, moda independiente que se celebra, desde
entonces, alrededor del primer fin de semana de agosto. En aquel primer
festival, los cabeza de cartel fueron Supergrass, The Charlatans y Los Planetas
(en aquellas épocas aún no se habían vuelto aburridos). Desde entonces, el FIB
ha abierto sus puertas anualmente con carteles increíbles. Por sus escenarios
han pasado bandas y/o artistas de la talla de Kraftwerk, Blur, Suede, Chemical
Brothers, The Cure, Radiohead, Oasis, Iggy Pop, Morrissey, Pixies, Amy
Winehouse y un largo etcétera.
Y tras el boom generado por el
FIB (imaginamos que también por la rentabilidad del mismo) empezaron a aparecer
festivales de verano de todas partes. Y llegamos al punto actual, en que das
una patada a una piedra de la calle sin querer y salen 5 festivales de verano. Actualmente
en España, y si tenemos pasta, podemos asistir al Sónar y FIB (obviamente y que
sea por mucho tiempo), Primavera Sound, SOS 4.8, DCode, Low Festival, Cruïlla
Fest, BBK Live, Monegros, Arenal Sound, VIñarock, Contempopránea, Sonorama,
Electroweekend, Dreambeach, Santander Music, Electrosnow, Barcelona Beach
Festival, PortAmérica, Cap Roig… Y el que para nosotros es el más sorprendente:
El Starlite de Marbella. Vamos, que en un concierto te encuentras a la Panto y
a la Zaldívar en el mismo palco VIP y ni te inmutas.
En los festivales, generalmente y
hasta el momento, los asistentes solían ser gente joven con ganas de pasarlo
bien, drogarse, bailar durante más de 12 horas seguidas y acabar retozándose
con medio festival hasta que se da con alguien para poder ir a hacer maldades
en cualquier rincón. En los festivales se respira felicidad. Aunque sea un poco
artificial. Pero actualmente, han nacido nuevos festivales que tratan de atacar
a otro tipo de público, más mayor, con un poder adquisitivo más elevado, etc.
Al final, como casi todo, se han convertido en un negocio muy rentable para los
promotores y beneficioso también para el público y las localidades en donde se
celebran. Nosotros intentamos no
perdernos los que se hacen en Barcelona. Es como una tradición. Sólo esperamos
que no se acabe quemando el panorama por la sobredosis y que en el futuro
pasemos a odiarlos y prefiramos quedarnos en casa con los cascos a tope
entonando los hypes del momento. Totalmente a favor de festivalear en verano.
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