Son muy pocos/as los/as famosos/as
que, al ser fotografiados/as para una publicación, campaña, entrevista,
etcétera, no quieren retoques con Photoshop. Vemos a Madonna maravillosa y
estupenda en todos los reportajes que le hacen y sin esos brazos tan horribles
que se le han quedado por pasarse con la tonificación, a la Preysler con unas
curvas asombrosas y sin apenas arrugas (muchas veces no le dejan ni las de
expresión), a David Beckham con un paquete redondo y perfecto (nos negamos a
pensar que todos los elementos de su entrepierna se recogen formando una pelota
de tenis en sí misma)… Hasta les corrigen el tono de la piel aún habiendo
pasado por chapa y pintura previamente.
Y es que el uso del Photoshop es
algo extendido y súper asumido por todos/as nosotros/as. De hecho, a nuestra
manera, también utilizamos “trampas” instantáneas cuando nos disponemos a subir
fotos nuestras a la red. El otro día, nuestro amigo Julio nos dijo que se había
bajado Instagram sólo para poder aplicar filtros a sus fotos (ya le dijimos que
hay decenas de apps que te aplican los mismos filtros que tiene Instagram y hasta
muchos más y más chulos). La belleza humana, en nuestros días, es algo muy
relativo. ¿Te imaginas lo que hubiera sido Marilyn Monroe si le hubieran hecho
unos retoques fotográficos en su época?
Antiguamente, la fotografía en
publicidad estaba infravalorada. Sólo servía para calcar la imagen en una
ilustración, y finalmente lo que acababa publicándose era la ilustración y no
la fotografía real. ¿Por qué? Pues por una sencilla razón: no existía el
Photoshop (a esa conclusión hemos llegado nosotros mismos, a saber si será por
eso o no…). No podían conseguir imágenes
de mujeres perfectas y hombres espectaculares, porque los seres humanos, por
suerte, somos imperfectos. Nosotros pensamos que, precisamente, en esa imperfección
está nuestra belleza. Pero la imagen que las firmas y los/las personajes
famosos/as quieren proyectar es de una perfección absoluta. Una perfección que
alguien, algún día, decidió cómo tenía que ser. Malditos estereotipos.
No somos muy partidarios del uso
indiscriminado del Photoshop en general, pero lo que realmente nos asusta es
que se utilice especialmente en campañas dedicadas a promocionar (y vender,
obviamente) productos de belleza. Nos generan la (irreal) percepción de que,
utilizando dicho producto, vamos a tener la piel como Julia Roberts. Llevando
encima 124 retoques y filtros, claro. Luego nos quejamos porque nos sentimos, a
veces, frustrados/as con nuestra imagen. No nos extraña.
Pero muchas veces, los primeros
que fomentamos el uso de los retoques somos nosotros/as mismos/as. Nos encanta
ser arpías viendo la Cuore: “Madre mía menuda papada tiene la Kardashian”,
“joder qué panza se le ha puesto a la Britney”, “anda que no tiene patas de
gallo Kevin Costner, qué mayor está”. No perdonamos ni una. Nos hemos
acostumbrado tanto a verles perfectos, que cuando no es así nos quejamos y les
criticamos. Y no mintamos, habitualmente a ninguno/a de nosotros/as nos gusta
que nos critiquen. Y menos por algo que, con unos retoques aquí y otros allá, solucionamos.
Estamos a favor de lo natural.
Estamos a favor de las imperfecciones. Es más, nos encantan. Prometemos, desde
este momento, no usar más Photoshop del estrictamente necesario en nuestras
fotos. Por lo menos en las que salgamos nosotros. Nos pone la idea de
sentirnos, a nuestra manera, un poco Marilyn.
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